¡Ojo,con la mujer del prójimo!

Entonces dijo Dios:"¡No codiciarás a la mujer de tu amigo!" (Ex.,20,17)

Isla Guadalupe: punta de los Castillos

Isla Guadalupe : Punta de los Castillos ©B. Vauléon, 2004

Pedro es mi amigo, mi hermano, mi alter ego, la otra mitad de yo mismo. Más que un gemelo. En el parvulario nos conocimos. Recuerdo cómo, desde el primer día, en seguida pasó la corriente entre nosotros. Estábamos hechos unas magdalenas porque no queríamos separarnos de nuestras madres y nos agarrábamos a sus faldas. ¡Si acabábamos de cumplir dos años!

Sonó el timbre. Dieron media vuelta nuestras madres, con la mirada vaga, tras un último beso y nos quedamos como dos giles en medio de un rebaño de unos treinta críos que ya se conocían. Nosotros dos éramos los novatos. Llegaba Pedro de la metrópoli entre los equipajes de un padre recaudador de contribuciones que traía a sus islas natales a la madre del crío; la mía había dejado nuestro pueblo de Jabrún del Norte para Santa Ana y un curro de mierda en el Hotel Club Med. Eso nos acercó uno a otro, ¡cómo no! Tanto que, desde aquel día, todas las gilipolladas las hicimos juntos, y con el tiempo, ya son un montón, se lo aseguro.

Tal es la cosa que aquí si viene Vd y dice Pedro, en seguida le contestan Nico. Nico, soy yo. Nico y Pedro, uña y carne. Inseparables. Juntos para todo. El parvulario, la primaria, el colegio, el catecismo, la comunión, la confirmación, la gripe, las viruelas locas, el instituto, las protestas, el bachillerato, hasta la mili, allá en su tierra. Fumarnos las clases, robar a las hermanas, mangar en los cepillos, traficar ciclomotores, tomar prestados bugas ajenos, me dejo cantidad en el tintero, y no de lo mejor. Varias veces, por poco nos mandan a chirona, ya lo sé. Pero éramos demasiado jóvenes. Nos echaban un rapapolvo, devolvíamos lo que habamos birlado, en casa nos zurraban de lo bueno y apenas se borraban los moratones, germinaba un nuevo proyecto en nuestros cocos recalentados. Y... ¡armábamos la gorda otra vez!

Bueno, del parvulario no recuerdo mucha cosa digna de contar si no que, un día, ¡nos meamos en las tacitas de la cocinita de niños! Pero, desde la primaria, empeoró la cosa cantidad: muy rápido, nos apodaron Vainilla y Caramelo, ya que no teníamos la piel negra, ni uno ni otro. Yo era Vainilla, el chico de piel blanca y cabello rubio, descendiente de unos Condes de Matignon que se vinieron acá huyendo de la Revolución francesa1. Y él era Caramelo, el cuarterón2 de Gosier. Pero, no nos gustaban esos apodos y entonces empezamos a aporrear a todo ser viviente en el patio de recreo. Y nuestros maestros comenzaron a mesarse los cabellos (¡amén de nuestros padres por supuesto!).

Pedro, por su parte, sabía leer antes del primer curso de primaria: lo haba aprendido solito, mirando el catálogo de armas de Manufrance3 y así pues, claro, se fastidiaba durante las clases. Nos separaron ¡qué duda cabe! porque, de lo contrario, hubiéramos platicado todo el rato. Pero a mí eso me dejó deprimido y por Pascuas de Resurrección todavía era incapaz de escribir mi nombre. Decía la maestra que me iba a suspender. Y Pedro y yo se lo creíamos, tanto más cuanto que mi madre no se le quedaba en zaga. Entonces, a Pedro le dio por hacerlo todo mal, para llevarse un suspenso como yo. Pero no funcionó. Quisieron cambiarlo de escuela sus padres. Y así tuvo que dejarse de gilipolladas y yo tuve que pasarlas moradas para pasar con él al curso superior. Él me hacía leer, por la tarde, después de las clases, porque mi madre volvía a casa a deshora y bastante tenía que hacer con lo suyo.

Durante los dos cursos siguientes, tuvimos maestros que no gastaban demasiadas bromas. Por eso, en el patio de recreo era donde nos desquitábamos. Nos habíamos montado un pequeño negocio de extorsión de canicas que prosperaba de lo lindo. Todava me queda un bote lleno así de grande. Yo ya era grandote y forzudo para mis años. A los peques ¡los aterrorizábamos con facilidad! Hacíamos trueques muy ventajosos de bolanchos completamente escacharrados contra las más bellas ágatas. En 4° curso de Primaria, poco faltó para que se volviera tarumba por culpa nuestra la solterona que nos daba clase. También era la directora. Se apellidaba Tomadini. Acudía a clase con sus dos perros, dos podencos, me parece, y los guardaba encerrados en el coche o en el despacho. No nos podía ver ni pintados. Y nosotros tampoco a ella. Nos acusó de haberle cerrado las ventanillas del coche un día que estaba en pleno sol para que estiraran la pata los perrazos. Y ¿cómo lo hubiéramos hecho si estaba cerrado con llave ? No pudo probar que habíamos sido nosotros. Y, al año siguiente, ya no estaba. ¡Menos mal ! Pero, con todo eso, nosotros entrábamos fichados en cada curso. Nos separaban y nos ponían siempre en la primera fila. ¡Cosa de la fama, que ya nos precedía !

En fin, llegamos a los cursos de E.S.O. en el colegio de Morne-à-l'eau. Y allí pronto empezó a picarme a mí el pirulí. Y torció el morro el Director cuando me encontraron en las colchonetas de yudo apiladas en el gimnasio intentando ponerle una inyección a una noviecita que se dejaba hacer. Era en primer año de E.S.O. Nos dieron una semana de baja porque finalmente no haba pasado a mayores (atentado contra las buenas costumbres, dijeron, por lo que a mí me atañe, y complicidad en cuanto a Pedro que estaba al acecho). Pero nunca más estuvimos en la misma división y tuvimos que estarnos quietos para que nos dejaran en el mismo colegio. Al de Les Abymes me querían mandar. Cuando cumplimos catorce, a cambio de esta buena conducta reciente y relativa, recibimos sendos ciclomotores, pero bueno no de la mítica marca Mobylette, sino unos 102 de la Peugeot. Pedro, claro, tenía uno nuevo y yo uno medio destartalado que un colega de mi madre había logrado venderle. Pues, me creerá o no, pero a finales de año, ¡era más nuevo que el suyo el mío y teníamos escondido en el garaje de mi madre un lote impresionante de piezas de recambio! Se lo puedo confesar, ahora queda prescrito ¿o no?

Bueno, sí, es verdad que yo, para los estudios, no valía mucho. ¡Menos mal que estaba Pedro! ¡Vaya si hicimos trampas! Y si aprobé Formación Profesional, bien se lo debo a él, en cuanto a francés y matemáticas. Ahora sí, para mecánica, yo era de los mejores y para las gachís no se me adelantaba nadie. Caían como moscas, desde el jardín de infancia. Y sin embargo, yo no ligaba nada, se lo juro. Venían hacia mí solas. No sé cómo lo hacía.

Eso sí, yo era fuertote y tena mejor tipo que Pedro, pero no tanto. Y él era más carita linda que yo. Dentro del pantalón, posiblemente me aventajaba. Y, de haber sido chica, ¡me habría molado cantidad! Era inteligente, de buena familia, bien educado, bien vestido. Pues nada, con mi pinta de granuja bien nacido y mis bíceps tatuados, me preferían a mí las gilipollas de las gachís. Nunca pude entender eso. Así que yo las probaba y cuando me topaba con una que me parecía hecha a medida para él, me las apañaba para presentársela y para que pasara algo entre ellos. De lo contrario, no sé si lo hubiera logrado solito. Con las chicas, siempre tuvo bastante cangüelo Pedro, no sé por qué. Siempre ha funcionado así entre nosotros. Todas las chicas que ha tenido, se las he presentado yo.

Excepto María.

A María la conoció él primero. Fue el año pasado. No sé cómo lo hizo. O mejor sí. Creo que fue ella quien se lo ligó a él. Cuando la fiesta de la Esclavitud. Un día feriado que no tenéis allá en la metropolí y que nos pusieron el día 27 de mayo para que recordáramos que fue Víctor Schœlcher quien terminó, ya no sé cuándo, lo que había empezado Víctor Hugues, durante la Revolución Francesa. ¡Cuentos ! Más que nada, es una ocasión para no ir al curre. Aquel día, en Santa Ana, había verbena en la plaza del gran hombre, alrededor de su estatua. Música y ron a toneles. Con las estrellas encima. Y estaba ella. Desconocida, solitaria y salida de la nada, en aquel vestido colorado que la desvestía. Más flamante que ceibo en flor. Como Adjani en "Verano asesino"! Salvo que era de noche. Pero ella había llegado demasiado tarde para mí. Yo ya tenía dos pichonas a mis lados y me haba tragao demasiados mojitos. Ella se puso a bailar y dos copas y tres "biguines" más tarde, le guiñé el ojo a Pedro que salía de la pista con ella. No se han separado un minuto desde entonces.

Un flechazo, eso fue. "Strangers in the night", "Love at first sight", como dijera Frankie Sinatra. ¡Menudo flechazo digo yo! Ella para él. Y yo y Pedro enamorados de ella. Tiro doble. Dos a un tiempo. En pleno corazón los dos. Fulminados, traspasados. Pero, vio ella a Pedro primero, ¡el muy suertudo! Ni una buena estrella encima de mí, esa noche. Demasiado arrimado al mostrador estuve. De haber estado en la pista, al lado de Pedro... Es muy sucio lo que digo, lo sé, pero no puedo dejar de pensarlo.

Por eso, cuando él me la presentó, semanas más tarde... El muy cabrón, no se ponía al teléfono, y por más recados que yo le dejaba, no decía ni pío, se hacía el muerto. No estaba en casa, ni en la de sus padres, ni en cualquiera de los sitios adonde solíamos llevar a los gachís. Ni en la Punta de los Castillos, ni en la laguna de La Puerta del Infierno. Tal vez desconfiara de mí. Claro que bien me lo hubiera merecido yo, pero en realidad, creo que durante dos semanas, casi no salieron, los muy guarros. Esfumado Pedro. Desaparecido del tráfico. Quizá se lo hubiera raptado ella, no sé, sigo ignorando dónde fueron a pasar aquella luna de miel salvaje. En un barco, probablemente. ¡En Marie-Galante o en Les Saintes! Haberlo pensado antes... En fin, cuando decidieron atracar o salir de la guarida, qué sé yo, hube de felicitarlos, No me quedaba más remedio. La mujer del amigo, es cosa sagrada, ¿o no?

;Pero una sima acababa de abrirse ante mis pasos. Nos veíamos los tres sin tregua. Ellos, contigo pan y cebolla, como tórtolos, los muy asquerosos. Pedro no veía nada sino ella. Pero, ella, desde el principio supo a qué atenerse conmigo, no sé cómo, si yo andaba muy listo, pero no había manera, cuando estaba en alguna parte, se me iban los ojos tras ella. Imantados, aspirados, jalados. Menos mal que Pedro siempre iba pegado a ella. No captaba nada. Y ella, como la cabra de Monsieur Seguin frente al lobo. Le daba un miedo espantoso, terriblemente espantoso, el lobo, se le veía en la mirada, pero ¿cómo escaparle al lobo? Si era el mejor amigo, el hermano, casi el gemelo de su amor. Se defendió lo mejor que pudo. Se abalanzaba sobre Pedro a cuerpo descubierto y él me repetía: "¡Qué raro, dice que nos vamos a querer siempre y parece temer que lo nuestro acabe ahora mismo!". Y yo, al oírle la primera parte de la frase, le hacía la higa por detrás, y a la segunda, pensaba: "¡Ojalá!".

Pronto, ya no aguanté que la besara, que la tocara, que posara los ojos en ella. Incluso que pronunciara su nombre. Me hervía la sangre, se me nublaba la mirada. Pues, dése cuenta, imaginar que él pudiera... Yo estaba enajenado, dispuesto a todo para que cesara aquello. Celoso de mi amigo, mi hermano, hasta darme de cabeza contra las paredes, despertarles en plena noche bajo cualquier pretexto, espiarlos como un loco. ESTABA loco.

Y la veía inquietarse, azorarse, forcejear en vano para librase de la trampa mortal que se iba cerrando sobre nosotros. Une venita azul le latía más fuerte en la sien en cuanto me miraba.

Pronto supimos ambos que tenía que cumplirse el destino. No podía perdurar más tiempo la tensión extrema que vivíamos. La cabra había resistido al lobo con cuantas fuerzas tenía, pero él estaba demasiado encandilado para apartar la mirada de ella. En la naturaleza de él entraba comérsela. En el destino de ella figuraba sucumbirle. Estoy seguro de que lo sabía desde el principio.

Por eso, una mañana en que Nico había salido al mar a poner a flote las nasas, vino María al taller. Dijo: "¡Acabemos de una vez, Nico!" y nos libramos uno de otro, ingenuos como chiquillos, creyendo que después todo volvería a ser como antes, que cada cual volvería a los suyos. La amante al amante. El amigo al amigo. Y nunca más la amante al amigo. Yo lo creí, como ella. ¡Ay de mí!

Quise poseerla una vez, una sola vez, como se exorciza un dolor y luego dejar que volviera a mi amigo, a mi hermano, a Pedro. Como un secreto, una complicidad. Fue peor, claro. ¿Qué chiflado puede sacarse de las venas el delicioso veneno de María? ¿Quién podría escapar de sus redes de sirena negra?

No aguanté tres días, Señor Juez, y se fue el mensaje que dejé a su lado, esta mañana, antes de venir a entregarme: "¡Ya no follaremos a María, Pedro... la maté!" Espero que me haya entendido.

Bueno, ya lo sé, siempre he hablado mal de las chicas, como el machista de remate que soy, pero en este caso era para que le doliera menos. Y a mí también. Porque, ahora lo sé, María, es la única chica a la que amamos de verdad, Pedro y yo. Otro punto común entre nosotros. Pero esta mañana, cuando por primera vez le iba a decir aquellas palabras que nunca antes había pronunciado, ella me puso un dedo en la boca para que en sus oídos y en su corazón no reemplazaran las de Pedro...

Hubiera logrado separanos, seguro. Es mejor así.

Se lo diré todo, Señor Juez, no tema por ello, y podrán encerrarme en el fuerte Napoleón de por vida, si quieren, por haber incumplido un montón de mandamientos de Dios y de los hombres, pero antes que todo, dígale a Pedro que voy esperando que algún día acepte venir a visitarme. Siempre estaré para él. Y que me perdone... si es que puede.

1 En la región de Morne-à-l'Eau, en la isla francesa de Guadalupe, se encuentra una misteriosa población de piel blanca y pelo rubio, descendiente según dicen de familias aristocráticas de la casa de los Grimaldi, que se habrían refugiado ahí, durante la revolución francesa, para escapar de las masacres ordenadas por el Comisario del "Comité de Salut Public", Victor Hugues.

2 Designa el mestizo con una cuarta parte de sangre de una raza y tres cuartos de otra (por lo general, hijo de un blanco y de una zamba).

3 Manufactura francesa de armas y ciclos, desaparecida hoy y antaño asentada en Saint-Etienne.

©Pierre-Alain GASSE, septiembre de 2002. Trad. Bernard Vauléon. Derechos reservados.

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