La Madona de las librerías

paravent

Photo Espace Tajan

ADVERTENCIA

Este cuento evoca hechos que deberían reservar su lectura a un público adulto.

I

Desde hace unos veinte minutos, va ella circulando entre los puestos, examinando las cubiertas, recorriendo las reseñas, sopesando los volúmenes, sin escoger ningún libro. Muy rápidamente, su físico y aquel comportamiento le llaman la atención.

Bonita, bronceada, con cabellera mediolarga de color castaño, va llevando un minivestido circular con estampas entre pardo y anaranjado y botas de caña corta de ante negro. Curiosa combinación que sin embargo no desfigura su graciosa y sexy silueta.

Él ha venido a la tienda a retirar el libro Bonita Avenue de Peter Buwalda, encargado una semana antes. Desde hace buen rato, la vendedora atiende a una clienta que le expone con todo detalle sus preferencias de lectura. Así, está esperando al pie del mostrador y dispone de todo su tiempo para examinar a la desconocida.

Le intriga su tejemaneje. Él es el único hombre circundante. Al mismo tiempo, es difícil creer que él sea de quien quiere ella llamar la atención. ¡Es probable que tenga el doble de sus años!

Emprende una vuelta alrededor de las mesas de exposición en dirección opuesta a la de ella. Se cruzan una primera vez. Le llegan efluvios de una fragancia florida. Continuando su examen de las obras expuestas, parece abstraída en su tarea cuando viene un joven a susurarle unas palabras al oído.

Claro, !chica tan guapa no podía estar sola! Sin embargo, el chico le parece de corta edad para ser su compañero, marido o amante. ¿Su hermanito, acaso? A él le sienta bien esta suposición.

Apenas llegado, el joven vuelve a las estanterías de CDs y DVDs y la desconocida retoma su lenta peregrinación alrededor de las mesas cargadas de libros. Cada vez más curioso. Si se atreviera...

Acaba de recuperar su obra y decide dar otra vuelta a la mesa. Desafortunadamente, son las obras recién salidas y aún no ha leído ninguno de los volúmenes que ahí se apilan. Por lo tanto, imposible dar con descuido un consejo de lectura para iniciar la conversación.

Ahora ella tiene entre manos el último D'Ormesson, Un día me iré sin haberlo dicho todo. Aquél sí que es un autor que podría aconsejarle a ella en toda confianza, piensa entonces.

De repente, cae el libro de las manos de la desconocida. Sobre sus talones, él lo recoge y se lo tiende con una sonrisa y una pregunta:

— ¿Cómo entiende Vd el título? El "lo" puede intrigar ¿no?

Su mirada clara lo fija por un instante, se desliza hacia el título del libro y vuelve a él:

— ¿Eso le parece? Para mí, es agua clara. Nadie nunca lo dice todo de su vida a ninguno, ni siquiera a sus lectores.

— Acaso tenga la razón.

Al tomar el libro, los dedos de la guapa rozan los suyos. Y él siente por la espina dorsal una onda eléctrica.

Así fue como se conocieron, Eva y él.

II

Ese día van a tomarse un café, prefiriendo la frescura, intimidad y discreción de la sala de atrás a la exposición y calor de la terraza.

Finalmente, ella no ha comprado el libro de d'Ormesson sino el último del islandés Arnaldur Indridason, Pasaje de las sombras. Y éste él lo leyó unas semanas atrás. Le es fácil decirle lo mucho que le gustó. No es original. No escatima elogios al respecto la prensa.

Cuando se separan con un signo de la mano, él se da cuenta de que ella lo ha dejado hablar y muy poco se ha librado. No ha vuelto a aparecer el joven que le había susurrado algo y él no se atrevió a interrogarla.

Le dijo que a menudo pasaba por la librería los lunes por la tarde. Ella contestó: "Yo también. Es mi día libre. Es curioso que no nos encontráramos antes".

Así dejaron las cosas.

Y luego lució su buena estrella.

Por lo menos, eso pensó primero.

El lunes siguiente, a las catorce en punto, estaba él circulando por los departamentos de la librería, en busca de su singular silueta.

Cuando llega, al principio, no la reconoce. Mono ajustado de cuero negro, botas de moto y casco en mano, con sus guantes al interior. ¡Una motociclista! ¡Qué cambio! Pero, siempre el mismo encanto.

En cuanto ella lo ve, se acerca con paso de pasarela.

—Buenas. ¿Cómo le va?

Se dan un firme apretón de manos. Un buen punto más. Él aborrece las manos fofas.

—Mucho mejor desde que está aquí, pero por poco no la reconozco. Estaba lejos de imaginarme...

—Soy una chica llena de imprevistos, ya verá. Venga, hoy le invito yo.

Este futuro viene lleno de promesas. Él con felicidad acepta aquel augurio.

Ni uno ni otro llevan alianza. Sólo una turmalina rosa y verde adorna el dedo mayor de la mano izquierda de la joven.

Salen de la librería sin libro alguno. Tienen mucho mejor que hacer.

Se aproxima el fin del verano, pero al sol le importa un pepino. Una cervecería está delante de ellos.

—Al sol, con el mono me voy a morir de calor. Entremos. ¿Qué va a beber?

—Una cerveza blanca, tal vez.

Ella llama al camarero mientras se deslizan uno al lado de otro en una banqueta de molesquina al fondo de la sala.

—Dos blancas, por favor. Con una rodaja de limón.

Él teme que ponga el casco entre ellos dos, pero lo deposita al pie de la mesa y se acerca a él. Apenas roza el cuero suave de sus pantalones la tela denim de los suyos, siente el calor de su piel. Y es absolutamente delicioso.

Se les trae los vasos y hacen un brindis:

—¡Por ti y yo!

Dándose de lado hacia él, lo mira a los ojos y dice sin parpadear:

—¿Que hacemos? ¿A tu casa o a la mía?

Tan directo es que él no sabe qué contestar:

—No sé. Como quiera... como tú quieres.

—A casa mía entonces. No queda lejos. Te llevo yo.

Hace años que no ha estado a horcajadas en una moto.

III

Su casa es un antiguo garaje, transformado en loft. Han conservado el portón metálico, con la puerta pequeña de servicio, pintado todo con gris ratón.

Hace entrar su Kawasaki 500.

Al interior, es una sinfonía tricolor: las paredes de bloques de hormigón han sido pintadas de negro, el suelo es de hormigón encerado color natural, mientras todas las vigas metálicas vienen lacadas de rojo. Una isla central de cocina roja y un enorme sofá blanco de ángulo ocupan el espacio. Ella lo arrastra por una escalera sonora que lo lleva hacia un entrepiso sin baranda.

—¡Vaya! Se corre peligro en tu casa.

—Bueno, la verdad es que no está terminado del todo. Pero tampoco es mi casa de verdad. Es de mi padre. Él es fotográfo y actualmente vive en Estados Unidos. Entonces yo y mi hermano hacemos de okupas aquí.

— Así que...¿eres soltera?

—Se puede decir eso, sí.

Sibilina respesta  que de momento lo satisface.

Una cama, protegida por un biombo de laca china, está delante de ellos.

Tras quitarse las botas, baja la cremallera de su mono:

—Me quieres ayudar, porfa, ¡tan ajustado viene eso!

Claro que la quiere ayudar.

Él lo había barruntado, cuando se tocaron sobre la moto: debajo del mono ella está desnuda, con excepción de un minúsculo tanga rojo, con una estrellita de estrás. Ésa es su única ropa interior.

Hombros delgados, omóplatos delicados, pechos redondos y firmes, con puntas orgullosamente erguidas, piel uniformemente bronceada, con sabor a vainilla y monoi, un ombligo discretamente hundido en un vientre plano, caderas estrechas, un triángulo fragante. No puede aguantar más.

Ella lo ve y comienza a sacar ella misma sus delgadas piernas de su matriz de cuero, antes de atraerlo hacia ella.

No han dicho palabra alguna desde su invitación a desvestirla. ¿Para qué?

A su vez se deshace de su atavío. Con precipitación.

—¿Tienes lo que hace falta al menos?

Él se acuerda de que debe de quedar un preservativo en su cartera desde hace... demasiado tiempo. Una suerte.

—Sí, sí, espera.

—Dámelo. Te lo voy a poner.

Luego, como motociclista consumada, emprende cabalgarlo.

Tanta determinación debería llamarle la atención.

Pero su espíritu sólo intenta demorar una explosión a la que ya aspira todo su cuerpo...

IV

Cuando abre los ojos, toda la habitación está en la penumlbra. Excepto él.

En efecto, dos proyectores de estudio están dirigidos sobre su individuo. Por un ademán reflejo, intenta ocultar su desnudez. ¡Imposible!

Il est attaché par les poignets aux barreaux métalliques du lit à l'aide de menottes ! Et deux paires d'yeux le fixent.

¡Tiene les muñecas atadas con esposas a las barrotes metálicos de la cama! Y dos pares de ojos lo observan.

Eva, ahora cubierta con una bata de motivos chinos, y su hermano, vestido de motociclista, están al pie del lecho.

—Por fin, sale de las nubes. Menos mal. Por poco creí que iba a tener que echarle un cubo de agua.

—Para fastidiar mi cama. ¿Estás majareta o qué?

—Hola, majo, ¿despertaste? Ya es hora de pasar por caja,

Él intenta articular un "¿Qué?" atónito, pero ni un sonido le sale de la boca. Viene cubierta por un ancho esparadrapo. Prosigue Eva, siempre con la mayor calma:

—Pues sí, hay que vivir y como sabes, soy cabeza de familia.

—Nos das tu tarjeta de crédito con el código. Te la devolvemos dentro de una hora o dos, si todo nos sale bien, y luego te liberamos.

La cadencia de su hermano es más nerviosa, entrecortada, impaciente:

—No lo habrás perdido todo, ¿eh, cabrón? dice con sonrisa forzada.

—Bueno, tu tarjeta, ya la tenemos, pero el código, no. Una de cada dos veces, basta con con buscar bien para encontrarlo, pero tú, no eres tan gilipollas, no lo has anotado en ninguna parte. Entonces, vas a tener que dárnoslo ¡ahora!

Queda impasible la cara de Eva. Pero en los ojos de su hermano brilla un fulgor maligno que lo hace tiritar de pies a cabeza. Se acerca Eva, le pone un dedo sobre la boca y luego con gesto seco, arranca la cinta adhesiva que lo amordaza. Aulla de dolor.

—¡Silencio! berrea su hermano. Bueno, ese código, ¿es para hoy?

—¡Ni soñéis con ello!

—Todos dicen lo mismo al principio, pero cuando me haya divertido contigo, ya cantarás de otro modo, créeme...

—¡Sois locos de remate!

—Nos lo han dicho ya, pero hasta ahora nadie ha podido repetirlo a quienquiera...

V

Yace un hombre desnudo, lacerado a latigazos y con la garganta degollada en una charca de sangre, sobre las sábanas de una cama deshecha.

Claqueta final.

—Excelente. Lo conservamos todo. Igor, haces el montaje rapidito. Quiero que esté en línea el lunes. Y ¡le encuentras un título asquerosísimo. Los demás, ¡a recoger el material y hacer la limpieza!

—Y ¿para el "paquete", jefe?

—Como de costumbre, cal viva y hormigón.

©Pierre-Alain GASSE, septembre 2013. Traducción: Bernard Vauléon, octubre 2023.

Eres el audience ° lector de este cuento desde el 01/10/2023. Gracias

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