Galería mercante*

III

— Señoras y señores, estimados amigos, si estamos reunidos esta noche, levantando la copa de la amistad, es para marcar con piedra blanca el principio de la nueva vida de Juan Marcadé, aquí presente a mi lado. Esta mañana, en efecto, se hizo cargo de su puesto de agente de mantenimiento de esta galería...(aplausos). Ha sido posible gracias a las diligencias y el empeño de varios de ustedes, entre los cuales quisiera destacar a Françoise Cherifi, la gerente de La Caja de Pandora (nuevos aplausos). Debo confesarles que cuando ella y sus colegas vinieron, hace semanas, a presentarme su proyecto, me encontraron bastante reticente. Yo no veía cómo nuestra agrupación de tenderos podría venirle en ayuda a Juan: no tenemos vocación para la filantropía, sino para los negocios, ¿verdad? Pero ellas supieron convencerme de que, en el caso que nos ocupaba, las dos cosas podían compaginarse. El disparador fue ese artículo sobre el caso de Juan que publicó la prensa regional, gracias a algunos contactos míos. Las numerosas reacciones que suscitó rápidamente permitieron que Juan volviera a encontrar un piso, muy cerca de aquí, y nos puso a los comerciantes de estas galería, bajo los focos de los medios de comunicación. A estas alturas, urgía no decepcionar las esperanzas puestas en nosotros por la opinión pública y aprovechar, al contrario, la corriente de simpatía despertada por el caso. A nuestro Consejo de Administración, no le fue difícil, pues, adoptar la creación de este puesto de obrero profesional. Juan, para quien se trataba de una reconversión, pudo beneficiar de los periodos de prácticas necesarios y hoy, lo tenemos al pie del cañón. Así que le damos la bienvenida (aplausos cerrados). Estimada Françoise, supongo que Vd querrá añadir algunos propósitos ; le cedo la palabra, pues.

—Gracias, señor Presidente. La tomo, pues, con gusto, pero no como comerciante sino simplemente como mujer que, un día, lo mismo que Juan, se encontró en la calle pasándolas moradas. Acaba Vd de hablar de una acción que honra a esta asociación, pero parece reducirla a una operación de relaciones públicas. Para mí, no es lo esencial. Los que tendieron la mano a Juan primero son hombres y mujeres - más mujeres que hombres, es verdad (sonrisas) - que supieron mostrarse solidarios y devolverle a Juan su dignidad permitiendo que recobrase un trabajo, un alojamiento, unos amigos. Cuanto hace una vida, en fin. Yo tomé mi parte en eso, porque a mí también, un día me ayudaron y porque, de lo contrario, no estaría hoy entre ustedes en esta sala. Y si esta acción da un empujón a nuestros negocios, tanto mejor, pero, si no es el caso, por lo menos podremos miranos en el espejo, cada mañana, con la satisfacción del deber cumplido. (aplausos nutridos). Juan ¿quieres decir unas palabras?

—No sé, tal vez, sí... Yo era, antaño, un hablador, un pico de oro de ésos que corren mundo vendiendo sueño y también, a veces, buenos productos (sonrisas). Aquella vida de saltimbanqui de los negocios me hizo perder familia, vivienda, trabajo y amigos. Ustedes me han tendido la mano, proponiéndome un nuevo comienzo. Como lo dejó entender Françoise, lo que me importa, hoy, no es la cuantía de la nómina, con tal que me permita vivir, sino el hecho de volver a tener un apellido, una dirección y una hoja de paga, gracias a ustedes. Desprovisto de señas de identidad como de trabajo, apenas existía. Así es esta sociedad. Ahora bien, los motivos de su acción les pertenecen, no me corresponde juzgarlos. El resultado me basta. Gracias.

(aplausos diversos y copas levantadas).

©Pierre-Alain GASSE, febrero-abril de 2005.

*Este cuento se inspira de un suceso real ocurrido en 2005, por Bretaña (Francia).

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