El Cabezazo

Sí, lo sé, es imperdonable. Y no pido que me perdonen. Que se me entienda, tal vez. Ahí de donde vengo, no puede uno pasar por alto este tipo de insulto. O deja de ser un hombre con todas las de la ley. Cualquiera que sea el envite, cualesquiera que sean las consecuencias, debe uno defender su honra como la de su familia, eso nos aprendió nuestro padre a mis hermanos y a mí.

Sí, lo sé, yo solo lo oí ; en el tráfago del juego, fui el único en poner atención en ello. ¿Y qué? Eso no borra el insulto. Si me reventó los tímpanos a mí. Fue suficiente. Patente era la ofensa. No, no soy violento, lo sabéis, pero, por mi tierra, a menudo tenemos la sangre caliente y en esta ocasión hirvió la mía en el acto.

Sí, lo sé, once veces en el pasado tuve semejantes gestos impulsivos. ¿Once veces en cuántos encuentros? Son demasiadas, ya lo sé, pardiez, pero en fin, ninguno de esos gestos fue irreparable. Y de vivir cada uno de vosotros bajo la luz de los focos, ¿cuántos traspiés aparecerián de súbito en plena luz?

Sí, lo sé, me habían subido a un pedestal y ya están echándome abajo la estatua. No merecía dejar la pista en estas condiciones. Bien puede ser. Pero mejor así, quizás. Hay días en que la corona pesa. He vuelto a pisar tierra. Nunca pedí que me pusieran por las nubes. Se equilibra la balanza. De dios viviente vuelvo a ser mortal, falible e incluso condenable. No queda tan mal. Un hombre es carne y sangre y risas y lógrimas, fuerzas y flaquezas. Yo también las tenía y lo habían olvidado.

Sí, lo sé, tal vez privé a mi país de un trofeo que, según dicen, tenía en la punta del pie. Y eso, claro, lo siento con toda el alma. Pero no son más que suposiciones. Yo no lancé y un larguero se interpuso en la trayectoria de otro. Sin duda no había de brillar una segunda estrella en nuestra camiseta.

Sí, era yo el capitán del equipo francés de fútbol, en esa final del Mundial del 9 de julio de 2006 en Berlín : me expulsaron en el minuto 110 por un cabezazo a un defensa italiano que se estaba metiendo conmigo desde hacía un momento. Íbamos empatados a uno. Nos ganó Italia por cinco penaltis a tres.

Ahora soy Yazid de nuevo.

Pero, a una madre, a una hermana, no se deja que nadie la miente, ¿no?

©Pierre-Alain, GASSE, 10 de julio de 2006.

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