¡Vaya boda!

 Goya : La Boda

Francisco de Goya - La Boda (1792)

 Es día de júbilo este domingo primaveral del año de gracia 1792 en Santillana del Mar y repican a gloria las campanas de la Colegiata.

Por las adoquinadas calles de la villa se adelanta un cortejo multicolor. Lo va acompañando una cohorte de chiquillos ruidosos y andrajosos a los que echa moneditas.

La más bella niña del lugar, hija única del molinero, acaba de desposarse con el rico indiano Don Rigoberto del Pozo Salvatierra, de vuelta de las Indias Occidentales. Camina la boda hacia su vivienda de la Calle del Cantón, comprada por vil precio a un marqués arruinado por el juego y las mujeres.

La bella apenas acaba de celebrar sus diez y ocho primaveras. Y desde el noviazgo, cada noche, durante sus insomnios, su padre mentalmente cuenta que te cuenta su nueva fortuna.

No sólo se libró de abonar a Clara una dote, sino que logró una importante compensación. Desde su enviudamiento, era su hija quien mantenía el hogar y ahora conoce una doble afflicción, ¿verdad?

Lo consuela pensar que con esta cantidad podría mandar construir un segundo molino en la loma de las Yeguas y arruinarle el negocio a su rival del pueblo vecino.

Después de todo, era su hija y ninguna otra más a quien quería por mujer este negociante. Por cierto,  tiene a su favor el caudal ganado por su padre en la industria azucarera, pero también, ¿cómo os lo diría? un físico peculiar al que no estamos acostumbrados por aquí. Eso bien merece la familia verlo compensado ¿no?

Desvanecidos, pues, los planes que formó para Clara y los esponsales acordados con el notario. Pero no tuvo que convencer a su hija. En seguida supo ella dónde residía su interés. Incluso sospecha que lo hizo todo para que la notara este acaudalado heredero. Quien quiere los fines acepta los medios ¿no? Con lo cual, hoy se pavonea, con porte altanero y frente serena, en este vestido de terciopelo azul marino con escote generoso y adornos de encaje.

Aquellos son los pensamientos  del molinero Pedro Mendoza Trueba, mientras acaba de pagar lo debido al canónigo cura. Quien lo guardó con prisa en una de sus numerosas faltriqueras. Buena pinta tiene hoy Pedro Mendoza con el vestido verde de faldones, medias blancas, chorrera de batista y sombrero negro de tres picos en la mano. Por poco perdería el recuerdo de la diformidad de su cara, esta doble excrecencia que le abulta la mejilla izquierda desde hace varios meses ya y que el barbero cirujano quería operarle. « Permítame casar a mi hija primero, Maestro Lorenzo, luego lo pensaremos ».

Ya está y bien puede el pueblo desparramar habladurías, le importa un bledo. A su hija la tiene establecida con rico caudal y va a morar en el palacio del difunto Señor Marqués. ¿Qué padre digno de serlo no echaría las campanas al vuelo? ¡Sólo los afancesados de toda calaña encuentran peros a eso! ¡No faltaría más que el "sí" de las niñas se dejara a su sola inclinación! Deo gratias, Clara adelantó sus aspiraciones. Detrás de esta carita linda, siempre supo que tenía una chica calculadora. Le echa una mirada. Sólo la ve de medio perfil, pero le parece que presenta aire de gran contento. ¿En qué estará pensando en este momento?

***

Así, pues, de ahora para adelante ¡soy Doña Clara Mendoza Trueba del Pozo! Suena bien, ¿no?

Todas las chicas por casar del pueblo mueren de envidia. Las oigo chismorrear a derecha mía. Ni falta que me hace mirar: a ojos cerrados, sé que está Paca, la hija del panadero, Conchi, la del alcalde, Lola la del aparcero del difunto señor marqués y Mari Carmen, la chica del herrero, quiero decir de su viuda. Yo era la más joven. Y la primera casada soy yo. Y ¡qué desposorios! ¡Lo bien que les corté la pisada! Por cierto, éramos amigas desde la infancia, pero, en esto de partidos, cada una en su casa y Dios en la de todas, como dicen.

Acabo de ver a Concepción alzando los ojos al cielo tras mirar a mi esposo como si la desolara lo que estaba viendo. No permitiré que se nos falte el respeto. Se lo comunicaré dentro de poco por muy hija del alcalde que sea. Las demás se interesan más por mi vestido que por mi marido. En esto bien reconozco a esas coquetas. Están patidifusas. Sólo tuve que pedir; mi padre y él dijeron sí a todo: terciopelo, encajes, zapatos y medias de seda, perlas como pendientes y el colmo, el adorno del moño: oro, plata y una enorme perla alargada. No quiso decirme el precio del conjunto.

Algunas dicen que esta noche las voy a pasar canutas cuando me cabalgue. Parece que los de su raza tienen un miembro de espanto. El cura y mi padre ya me aleccionaron con medias palabras sobre el tema. Otras me han dicho que de ser verdad no tendría ningún motivo de queja. Ignoran que sé más de lo que piensan. Rigoberto está loco por mí. Tengo interés en que lo siga. Pues, a mí me toca hacer lo necesario para que sea así. Antonio, el hijo del notario tenía mejor figura, por cierto, pero mi marido me lleva quince años y me han dicho que seguiría viajando mucho, así que ¿quién sabe...? Mientras tanto, voy a regentar una casa con cochero, jardinero, cocinera y un par de sirvientas. Así que ¡me paso por ahí los chismes!

***

Bajo el ojo de un puente, viendo pasar la comitiva, dos señores con casaca y tricornio comentan el suceso:

— ¡Lo bien que meneó el asunto la hija del molinero! ¡Vaya boda! ¿verdad?

— ¡Nunca mejor empleado el término! El esposo compró para ella la vivienda del difunto señor marqués. Cincuenta mil ducados, según dicen.

— El dinero sube a la cabeza, a menudo. Esos "indianos" tiran la casa por la ventana. En fin, los hijos del marqués podrán cubrir las deudas del padre y vivir aliviados. No hay mal que por bien no venga, pero esos nuevos ricos ya me dan jaqueca. Son demasiados por aquí.

— Y ¡no le digo nada de la pinta que tiene éste! ¿Ha visto la casaca que gasta? Hace más de treinta años que no se estilan vueltas tan anchas! ¡Y ese colorado! Con la tez que tiene, yo hubiera escogido un color más discreto.

— Oportunamente trae el tema. Por mucho que me digan que es hijo de uno de aquí, ese señor se parece mucho a un negro ¿no?

— ¡Es que le habrá venido todo del lado de la madre!

— Dar la más bonita chica del lugar a ese... personaje, es pecado, digo yo.

— ¿Dar? ¿Está para chanzas? Ni un solo escudo ha puesto el molinero en la canastilla de boda y además ha logrado cinco mil ducados para compensarle de la sirvienta que pierde casando a su hija; ¿no le parece fuerte?

— Le caerá la herencia del molino, con todo. Y puede que dentro de poco. Bien sabe que el molinero anda achacoso. Aquel bulto que tiene en la mejilla va creciendo de mes en mes.

— Sí, tiene la razón. Por un lado, es difícil reprocharle haber querido, mientras vive, establecer a su hija lo mejor posible, pero por otro, ¿piensa Vd que será feliz la chica con un marido de esta calaña?

— ¿Cree Vd que la felicidad es de este mundo, amigo mío? Además, me dijeron que en realidad fue ella quien lo tramó todo y no tanto su padre.

— No me diga.

— Sí, sí, por cierto. No le bastaba el hijo del notario. Bueno, no me inquieto por él. Todas las chicas le tiran los tejos por ser chico apuesto y tener caudal. Pero no se acabó el cuento. ¿Quiere que le diga un secreto?

— ¿Un secreto? ¡Por Dios!

— Aquel casamiento durará menos que una hipoteca.

— Y ¿Qué motivo tiene para decirlo?

— Que existe una seria causa de anulación del mismo.

— Significa que Clara habría...

— Mentido en cuanto a su estado, se lo puedo asegurar.

— Pero, ¡si me parece no haber roto un plato! ¡Vaya boda! Tenía Vd toda la razón.

II

Tres meses más tarde

Como cada primer sábado de mes, es día de recepción en el palacio Salvatierra, ya que así es cómo hay que llamar ahora, desde el casamiento de la hija del molinero con su mercader de azúcar, a lo que fue morada del Marqués. Pero la fiesta ésta, dicen, será de más revuelo todavía que las dos precedentes, muy impresionantes ya, según los decires de los convidados.

Es que la "bella molinera" como la llaman irónicamente sus detractores - en su mayoría unos celosos - ¡cumple en este mismo día diecinueve años!

No estará presente su esposo. Sus navíos sufrieron una horrible tempestad, en pleno Atlántico. Uno naufragó, el segundo ha roto uno de sus mástiles y debe reparar en las Islas Azores. No llegó la noticia sino ayer. Demasiado tarde para desdecir la fiesta.

No estoy seguro de que el caso preocupe demasiado a la joven casada que parece acomodarse de maravilla con los viajes bianuales de su esposo a las Indias occidentales para vigilar sus plantaciones e ingenios5 de azúcar.

Estará la flor y nata de la buena sociedad. No hay quien quisiera perderse el acontecimiento. He aquí lo que sé de su desarrollo: habrá teatro, una comedia de Lope de Vega6, cabe poca duda, banquete de gala con baile a seguir, rematado por fuegos artificiales en el parque.

No se inquiete Vd. Lo sabrá todo, estoy convidado.

***

He vuelto a casa pero que muy cansado y tarde, tras bailar chaconas, seguedillas, fandangos y otros boleros. Incluso probé la habanera, este baile cubano al que su marido convirtió a nuestra anfitriona.

Esta chica baila que es un placer. Es uno de sus principales talentos. Los chismosos susurran que tiene otros.

Tengo que decir que la comedia de costumbres de la tarde, representada al aire libre delante de la escalinata de honor, con nuestras sillas dispuestas en el césped, me resultó un poco larga, pero es que la música de los versos me adormece y que no gusto mucho de lo viene de Francia, aparte del vino y las mujeres. Por lo demás, barrunto que el autor situó la acción en ese país sólo para poder expresarse con mayor libertad. Bueno.

Paso por silencia los detalles de los tres actos, pero sepa que un labrador rico, bastante contento de su persona, bienes y casa es el héroe. Tan satisfecho de su estado que escribe por adelantado su propio epitafio, declarando ser dichoso sin tener que entrevistarse con el rey. Llega a conocer el monarca esta circunstancia y movido por la curiosidad, se presenta incognito, pidiéndo una ayuda pecunaria que le es otorgada sin rechistar. Conmovido, el monarca revela su identidad e invita a Juan y sus ambiciosos hijos Feliciano y Lisarda a instalarse en la Corte y aconsejarle en las cuestiones de estado. En cuanto al protagonista principal, es nombrado mayordomo real.

Algunos han sugerido que tal vez el molinero pensara ser aquel personaje desde que casó ricamente a su hija, y por lo tanto aspirara a cambiar de condición. No lo creo. Su cultura teatral como la de mi ahijada deben de limitarse a las farsas y comedias que suelen representarse en nuestras aldeas. Digamos que el azar tiene humor o el director de la tropa astucia. Le salió la agudeza de reemplazar el banquete final de la obra por el real que habíamos de tener, invitándonos a volver a la sala de baile con nuestras sillas.

Dése cuenta de que fue una cena de ochenta cubiertos. Para el caso, la Señora había fichado un ex primer cocinero del rey, venido con su gente durante dos días a preparar el banquete. El menú era digno de los héroes de Alcofribas Nasier, o sea aquel pícaro escritor francés que así se escondía de las iras de la Corona y del clero. La cocinera habitual del ama de casa supervisó los abastos y todo aquel personal de cocina invadió las cocinas y corral trasero de la casa.

La morada dispone de comedor, según la moda nueva, pero dado el número de convidados, hubo de ponerse la mesa en la sala de baile. Con servicio a la francesa, desdichadamente, por eso a veces nos llegó la comida algo enfriada. La vajilla era de alquiler así como todo el ajuar de mesa por no tener la joven ama de casa la cantidad necesaria, pero era porcelana del Buen Retiro de la buena época. Y delante de nosotros, teníamos cada uno cuatro copas de cristal: una para el Jerez, una para el Burdeos, una para el agua y otra para el Champán. Y se escanció el vino con profusión, lo cual hizo que algunos - con poca conversación o demasiada inclinación por Baco - no se pudiesen levantar de mesa y se los debiera llevar a un sillón o sofá por un rato para reponerse un poco.

Estaban todos los "indianos" de la comarca, el alcalde, los concejales, el abad de la Colegiata, los canónigos, los tenderos que pudieron abandonar el comercio, los hidalgos sin blanca, pero no la gran nobleza que no le perdonaba a la plebeya de Doña Clara que ocupase el palacio de uno de los suyos.

Cada uno tenía asiento asignado con cartulina a su nombre y apellido sobre la toalla. Por mi parte, en mi calidad de padrino de la anfitriona, me encontré sentado frente a ella, dos cubiertos a la izquierda, entre el tabellón y su esposa. Él es bastante aburrido, como esa gente puede serlo, pero ella es vivaz y picante y su escote no lo es menos. Así que no estaba descontento con mi suerte.

Con la sopa de primavera, se sirvió un excelente Jérez viejo, del que con gusto hubiera tomado otra media copa. Otros prefirieron un risotto a la milanesa. ¡Que les aproveche! Yo preferí guardar el estómago ligero y ¡bien que me sentó! No resisto el placer de transcribirle la continuación del menú, cuya hoja he conservado: de primer entremés tuvimos "lomo de ternera a la polonesa", lo que en casa llamo "escalopes empanizados", pero conoce Vd la manía de los maestros cocineros: grandes palabras y nombres altisonantes para platos a veces muy sencillos. Luego vinieron entrantes calientes y fríos. Había donde elegir. Dése cuenta: en caliente, volován de guiso de cisne o pescado con salsa holandesa, presentados en calientaplatos; en frío, faisanes en gelatina o paloma-macedonia. Las fuentes estaban en la mesa y cada uno se servía a su antojo. Sólo los vinos eran escanciados por un sumiller de pie en nuestra espalda. Jerez con los entrantes fríos, Burdeos con los calientes.

Vino entonces el intermedio de un ponche a la romana: granizado de piña, vino blanco y champán, para que digiriésemos un poco, lo que se apreció en sumo grado, a tal punto que de repente decayeron las conversaciones, ¡cada uno degustando en silencio antes de extasiarse sobre la exquisitez de la cosa!

Después de los entrantes, fueron los asados, aquel servicio que los sigue en las comidas de gala. Muy variado también. Como plato caliente, al lado de un clásico rosbif al estilo inglés, se podía elegir entre gansos trufados, cabeza de jabalí Bellevue o como plato frío, gelatina de jamón. Vino del Rin con lo frío; vino de Borgoña con lo caliente. Rosbif y Vosne-Romanée, eso me venía muy bien.

Postres dulces: Bizcocho con crema Chantilly o Pan de Melocotón a la Reina. El primero servido con moscatel, el segundo con champán.

Que le sirvieran a uno todo eso en casa de la hija de un molinero, ¡me confesará que se salía de lo ordinario!

Quedaba el colofón de la cena: la tarta de cumpleaños. Doscientas cincuenta lionesas rellenas con crema muselina de praliné ensambladas con caramelo, repartidas en diecinueve pisos - tantos como los años de la honrada - rematados por un círculo de guirlache con una vela grande y nueve pequeñas alrededor. Inmejorable. Llevada en andas por dos lacayos con librea, su entrada en la sala se saludó con un trueno de aplausos. Tras soplar las velas, Doña Clara tomó las tijeras que se le alargaba para porcionar tres por tres las lionesas de los primeros pisos de la tarta y depositarlas en los platos de postre que le tendían, para los que la rodeaban. Luego, el maestro cocinero, con el gorro en cabeza, prosiguió el reparto.

Aquel hombre por cierto se merecería la Cruz de Carlos III, porque las lionesas aquéllas, ¡aunque hubiera habido el doble, creo que hubieran faltado!

 Fruta del tiempo o exótica, café y licores, nada nos ahorraron y sin un poco de prudencia, yo mismo rondaba la apoplejía. ¿No le parece que para une fiesta de cumpleaños, eso pasaba de la raya, aun cuando es una cónyuge de un negociante acaudalado?

En los apartes, no se hablaba sino del coste de aquel alarde de riquezas y como es la envidia madre de todos los vicios, no tardaron comadreos y otras habladurías.

Los lacayos quitaron los platos y desmantelaron la mesa muy cortésmente, y pasado el tiempo de un puro y uno o dos cafés, estaba la sala lista para un cuarteto de música de cámara y una multitud de bailarines. Doña Clara, a falta de marido, abrió el baile con su padre al sonido de un clásico minué y luego se sucedieron pasacalles, rondos, chaconas y algunas danzas más locales como el fandango o más exóticas como la habanera, ya lo tengo dicho, me parece. A continuación, se la vio bailar con algunos jóvenes de pantorrilla apuesta, pero también con casi tantos hombres de situación asentada, aunque de físico mucho más común. Lo cual hizo que mi pareja, la esposa del notario, me susurrara al oído: "Aquélla sí que no se demora en el físico, parece". No quise darle más vueltas al asunto.

Cuando fue de noche cerrada, se abrieron los ventanales que dan a la terraza y desde ahí los que estaban en estado de mantenerse de pie y levantar la cabeza pudieron admirar el espectáculo pirotécnico, disparado desde el parque por tres empleados de la casa Ruggieri, venidos de Zaragoza y revestidos de cuero. Más de veinte minutos de petardeos y explosiones de todo tipo. A cada espoleta nueva, a las señoras se les escapaban "ahes" y "ohes" sonoros, mientras los señores ahuyentaban las carbonillas que la brisa llevaba hacia ellos. El olor a pólvora negra había invadido la pradera y filtraba dentro de la casa. La última espoleta dio la señal para la despedida de los primeros convidados. La retaguardia no se iría - me dijeron - antes de beberse todas la botellas de champán.

Yo no esperé esa extremidad. Desde hacía tiempo estaba tan cansado como saciado y fue desde mi cama, muy cercana por suerte, donde oí los últimos petardos, antes de quedar dormido con un sueño más bien agitado.

III

Decadencia

Tres meses más tarde otra vez

¿Sabe Vd lo que se ha dicho? Que la fiesta de cumpleaños de Doña Clara le costó a su marido la mitad del cargamento que trajo intacto al puerto. Me cuesta creerlo. Cuando conoce uno el tonelaje del barco y el precio de la onza de azúcar, !el producto sería faraminoso! Los galeones de ahora por lo menos miden quinientas toneladas de arqueo, o sea más de cuatrocientas de cargamento. ¡Ya no son las carabelas de antaño! Son muchos toneles, sacos y panes de azúcar. Y, dígame, en las Indias, vale la onza de Castilla, ¿verdad? Bueno. Pues, en este caso, déjeme calcular un poco de cabeza, eso nos da... más de quince millones de onzas de azúcar, dése cuenta. Incluso al por mayor, es astronómico, y al por menor, ¡no le digo! ¿A cuánto paga Vd la onza de azúcar en polvo? Aquí, en cinco años, con la Revolucíon de allende los Pirineos, su precio ha sido multiplicado por cinco, ya verá...

Y sin embargo, ya se chismorrea que aquella mujer, por poco que siga llevando tren de vida tan desaforado, ¡va a dejar al matrimonio sin un duro antes de cumplir treinta! Gasta sin límites, echa la casa por la ventana y hace regalos sin medida para granjearse las simpatías, que la gente esté en deuda con ella y que impere sola sobre nuestra pequeña sociedad.

Pero, le doy mi parecer y se lo doy sin rodeos, en estas condiciones lleva al molino de sus detractores toda el agua que le faltaba y refuerza los celos, los rencores y las enemistades que su afortunado casamiento no faltó en originar.

Su esposo cede ante cada uno de sus caprichos. ¡Es que ella lo tendría por los coj...nes! Por su camerista - una ex camarada de escuela que ha tomado a su servicio, sin pensar que así encomendaba las ovejas al labo porque la hija no sabe ocultarle nada a su madre y ésta es la mayor comadre del pueblo - por su camerista, pues, lo sabemos casi todo de la vida íntima de la pareja, desde las dimensiones fuera de las normas de la verga del señor, en descanso como en erección, hasta las posiciones favoritas de la señora y el lenguaje crudo que emplea en sus momentos de placer.

Es una bribona, !se lo aseguro! Las peores malas lenguas dicen que tendría sangre francesa y no afearía un burdel. La primera afirmación sí que es pura invención. Conozco a las familias de los dos padres y son de aquí desde generaciones, si no desde la noche de los tiempos. En cuanto a la segunda, no puedo dejar insultar a mi ahijada, aunque siempre tuviera dudas sobre su virtud y desaprobara su casamiento. Hasta este punto, ¿qué se le reprocha? ¿Que dilapide la fortuna del marido? No será ella ni la primera ni la última.

Pero si consintiera ella en escucharme todavía - de lo cual dudo - yo le diría esto: "Escoba nueva siempre barre bien". Por el momento, el deseo que su marido ha tenido y sigue teniendo de ella la pone en situación de dominarlo por los sentidos. Ella usa y abusa de ello. Bueno.

Yo quisiera sin embargo recordarle esto: la atracción por la novedad se embota y sobre todo cambia su objeto. Tiene que saber que un día u otro, su esposo, corriendo los mares, será atraído por otros encantos y sucumbirá, porque así es la naturaleza humana y la flaqueza del hombre. Y cuando los encantos suyos empiecen a marchitar, ¿qué quedará de su poder sobre él?

Si ella no sabe edificar una comunidad de intereses que descanse en otra cosa que el imperio de los sentidos, entonces, tarde o temprano se irá al agua su casamiento y su marido colonial volverá a sus amores ancilares y a la práctica esclavista que antaño nuestros vecinos denominaban "droit de cuissage".

¿Hijos para resolver el caso? Es la solución más común, es verdad, pero no la más segura en estos engorros. Primero, porque el tiempo de la maternidad lleva al esposo a buscar en otra parte lo que la futura madre ya no quiere darle o lo que él ya no se atreve a tomar. Todos los hombres lo saben, de la prometida a la amante, es el camino liviano de recorrer, pero de la amante a la madre, es más penoso!

Ella podría, claro es, acomodarse con ello y estimar que la cosa vale la pena, si me permite Vd, pero no le conozco carácter bastante dócil para ello. Y segundo, veo otro obstáculo de importancia. Hay muchas probabilidades para que esa descendencia tenga más del negrito que del bébé con piel rosa y no veo nuestra sociedad provincial y conservadora, por muy "afrancesada" que esté, preparada para acoger con los brazos abiertos un mestizaje tan llamativo.

Seis meses más tarde

La última estancia de Don Rigoberto Salvatierra del Pozo en sus tierras cantábricas ha sido productiva. Está preñada su esposa y no tardará el nacimiento. Se habla de unos días, todo lo más.

Hoy repicaron las campanas durante un cuarto de hora y así fue cómo se supo que el Palacio Salvatierra tenía heredero.

Pero lo más interesante vino después, cuando la partera pudo volver a casa, y a pesar de las promesas hechas, no supo callar la boca y reveló que el retoño de Doña Clara era un niño morrudo de pelo encrespado y de piel más oscura todvía que su padre. Lo único que le queda de la madre, son sus ojos azules. Bien apodado está: ¡"el negro de ojos azules"!

Doña Clara imprudentemente había soñado con un elegante mestizo ; dio luz a una caricatura. Ha sido inmediata su reacción: se niega a ver al chico que se queda con su nodriza.

Y le voy a dar un secreto: desde el segundo día, en despecho del sentido común, se le emprendió un blanqueamiento de la piel usando todas las recetas de abuela conocidas. Habrían empezado por una solución de alumbre con zumo de limón. Por no ser bastantes rápidos los resultados a ojos de la madre, se pasó a restregados de arcilla blanca, y luego a una loción de aceite esencial de apio y aceite de oliva que habría dado algunas esperanzas.

El deseo de la madre es que, al regreso de Don Rigoberto, previsto para el mes que viene, él pueda encontrar un bébé de piel tan clara como posible. La curandera consultada todavía tendría tres ungüentos para proponer en su bolsa y apuesto a que antes de fin de temporada, todos habrán sido experimentados, pues la impaciencia de Doña Clara roza con la obsesión.

A pesar de esos tratamientos severos, el niño crece y toma peso. Le conviene la leche de la nodriza y la amamanta con golosidad.

Sería tiempo de bautizarlo, pero el abad de la Colegiata, al verlo, tuvo una mueca de asco y reservó su respuesta. ¡Uno más que no leyó o no comprendió a Las Casas! Y los primeros allegados consultados para apadrinarlo, al descubrirlo se negaron.

Cuando llegó el padre, ante aquel escándalo decidió volver a su religión primitiva Lukumi y que su hijo sería consagrado a Chango, quien en la santería cubana personifica la danza, los tambores, la virilidad, el trueno y la guerra y cuyos colores son el rojo y el blanco. Se sometió Doña Clara al deseo de su esposo y tuvo lugar una ceremonia con un sacerdote santero, traído de Cuba por el padre en su último viaje.

Pero el caso es que en la España de 1793, en esos tiempos atormentados que vivimos, no se admite otra religión que el catolicismo apostólico y romano. Y delatar al prójimo es defecto común y muchas veces incentado por el poder.

Metió la Inquisición su cuarto a espadas. Don Rigoberto fue detenido, se negó a abjurar y por consiguiente fue excomulgado como reincidente y entregado al poder secular que lo condenó a la hoguera, en mi opinión tanto por su color de piel como por su desviación religiosa. Se confiscaron sus bienes, aquí como en Cuba, y cayeron en las faltriqueras de la Iglesia y del Estado.

Hoy, a la puesta del sol, es cuando debe cumplirse la sentencia. Estará el pueblo entero y no habrá lágrima alguna, se lo aseguro: nunca hemos apreciado a ese advenedizo que quiso aplastarnos con su éxito.

Madre e hijo, por su parte, con la ayuda del ama de leche,  han huído a Francia, donde la Revolución ha proscrito los engorros de este tipo. No sé nada más de ellos.

Aquél es el destino trágico de la hija de un molinero a la que se le subieron los humos a la cabeza, como se dice por aquí. Bueno, claro está que a Vd no le he dicho nada, ¿eh?

©Pierre-Alain GASSE, junio de 2011, modificado en 2018.

1Ya en tiempos de Carlos III (1759-1788) se usaba el término de afrancesadopara designar a los que adoptaban las costumbres y las modas francesas. Tras el estallido de la Revolución francesa, la palabra adquiere connotaciones políticas y designa a quienes están sensibilizados al pensamiento revolucionario. El matiz despectivo sólo apareció cuando intelectuales y funcionarios se alistaron al lado de José I, hermano de Napoleón Buonaparte.

2 Un indiano es un colono español que se iba a Latinoamérica y volvía rico. El término dio lugar a una personaje literario desde el Siglo de Oro, por ejemplo con Lope de Vega. Se extiende el término a los descendientes de aquellos, colonos con connotación admirativa o peyorativa según el contexto.

3 Los términos Indias Occidentales francesas son una expresión que describe el conjunto de los territorios y colonias francesas en América, Caribe incluído. Esta definición de uso genérico se incica con Colbert en 1664

4 Un ingenio a la vez designa una plantacón de caña de azúcar y las instalaciones destinadas a su producción.

5Immenso poeta y dramaturgo español (1562-1635), autor de más de 300 comedias dramáticas, cuyo género definió.

6 La onza, antigua medida de peso en Castilla valía 28,75 gramos.

7Religión politeista cubana, derivada del culto africano yoruba y próxima del vudú caribeño.

Eres el audiencia° lector de este cuento desde el 01 de junio de 2012. Gracias.

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